Método ERIC para el Tratamiento del Deseo Sexual Hipoactivo (DSH): integración de Educación Sexual (E), Reestructuración Cognitiva (R) e Intervenciones Conductuales (IC)
Mag. Ariel Gonzalez Galeano
Psicologo Clinico Sexólogo
ariel@ecisweb.com - (+595 981) 227695
Asunción, Diciembre del 2025
Resumen
El Deseo Sexual Hipoactivo (DSH) es una condición clínica caracterizada por una falta persistente o recurrente de fantasías sexuales y deseo de actividad sexual que genera malestar clínicamente significativo. Se presenta aquí una propuesta integradora —Método ERIC— que combina: (E) educación sexual estructurada sobre anatomía, fisiología, ciclo de respuesta sexual y expectativas culturales; (R) técnicas de reestructuración cognitiva extraídas del modelo cognitivo-conductual para identificar y modificar creencias disfuncionales relacionadas con la sexualidad; y (IC) intervenciones conductuales concretas (p. ej., sensate focus, tareas de pareja, programación de actividad sexual, ejercicios de autoexploración) para restaurar el comportamiento sexual sin presión. Se discute la evidencia empírica que respalda cada componente, un protocolo clínico sugerido y limitaciones.
Introducción y Justificación
El Deseo Sexual Hipoactivo (DSH) constituye una de las alteraciones más frecuentes dentro de las disfunciones sexuales y representa un desafío clínico relevante en salud sexual y salud mental. Esta condición se caracteriza por la disminución persistente o recurrente del interés o deseo sexual, acompañada de malestar personal o dificultades interpersonales clínicamente significativas. Las estimaciones de prevalencia muestran una amplia variabilidad según los criterios diagnósticos utilizados, el diseño metodológico de los estudios y el contexto sociocultural de las muestras. Revisiones sistemáticas y estudios poblacionales han reportado rangos que oscilan entre aproximadamente el 8% y el 50% en mujeres, particularmente cuando se evalúa la experiencia subjetiva de bajo deseo. En estudios más específicos que aplican criterios diagnósticos más estrictos para el Trastorno del Deseo Sexual Hipoactivo femenino (HSDD), se han encontrado prevalencias cercanas al 32% en determinadas poblaciones. En el caso de los hombres, si bien las cifras tienden a ser menores, no son clínicamente irrelevantes, situándose alrededor del 4% al 5% en muestras de varones de mediana edad en algunos países. Esta heterogeneidad metodológica, lejos de invalidar la importancia del fenómeno, subraya la alta carga clínica y el impacto que el DSH tiene sobre la calidad de vida, la salud mental y el bienestar relacional.
El impacto del DSH trasciende la dimensión individual, afectando de manera directa la calidad de las relaciones de pareja. La disminución del deseo suele asociarse con sentimientos de culpa, vergüenza, frustración y temor al abandono, tanto en quien experimenta la dificultad como en su pareja. Estas dinámicas pueden generar un círculo vicioso en el que la evitación de la intimidad, la comunicación deficiente y la ansiedad anticipatoria refuerzan la persistencia del problema. Además, diversas investigaciones han subrayado la relación entre el DSH y trastornos afectivos, especialmente depresión y ansiedad, así como su asociación con enfermedades médicas crónicas, el uso de determinados fármacos (por ejemplo, antidepresivos) y cambios hormonales vinculados al envejecimiento. Todo ello configura un cuadro de alta complejidad clínica que requiere abordajes terapéuticos más allá de las intervenciones monofactoriales o exclusivamente farmacológicas.
Desde una perspectiva etiológica, el DSH se comprende actualmente como un fenómeno de naturaleza multifactorial, enmarcado en el modelo biopsicosocial. Factores biológicos como las alteraciones hormonales (descenso de estrógenos, andrógenos o testosterona), enfermedades crónicas, dolor, fatiga y efectos secundarios de fármacos interactúan con variables psicológicas como la ansiedad, la depresión, el estrés crónico y las creencias sexuales disfuncionales. A esto se suman factores relacionales, como los estilos de apego, la calidad de la comunicación de pareja, la sincronía del deseo sexual y la historia de conflictos o experiencias traumáticas. En el plano sociocultural, influyen los mandatos de género, los tabúes, las normas morales internalizadas y la exposición a modelos irreales de la sexualidad. Este entramado de variables refuerza la idea de que el DSH no puede ser comprendido ni tratado de forma reduccionista, sino que exige modelos de intervención integrados y sensibles a la complejidad de la experiencia sexual humana.
En este contexto, se justifica el desarrollo de enfoques terapéuticos que articulen simultáneamente los niveles cognitivo, conductual y educativo. Las intervenciones integradas, que combinan educación sexual, reestructuración cognitiva e intervenciones conductuales, presentan una sólida coherencia teórica con el modelo biopsicosocial y han mostrado resultados prometedores en la literatura especializada. La educación sexual permite reducir la incertidumbre, normalizar la variabilidad de la experiencia sexual y disminuir la activación ansiosa asociada al desconocimiento. La reestructuración cognitiva interviene sobre las creencias negativas y los pensamientos automáticos que perpetúan la inhibición del deseo. Las intervenciones conductuales, por su parte, facilitan experiencias correctivas a través de la exposición gradual a la intimidad en condiciones de seguridad. De este modo, la propuesta de un modelo integrado, como el Método ERIC, no solo responde a una necesidad clínica sino también a una exigencia teórica, al ofrecer un marco comprensivo y estructurado que permite abordar de manera más eficaz las múltiples dimensiones implicadas en el DSH.
Revisión Breve de la Evidencia por Componente
La educación sexual aplicada a adultos con disfunciones sexuales, particularmente en el contexto del Deseo Sexual Hipoactivo (DSH), ha demostrado ser una intervención de primera línea con sólidos fundamentos empíricos. A diferencia de los modelos educativos tradicionales centrados únicamente en la prevención, la educación sexual terapéutica se enfoca en el desarrollo de competencias cognitivas y emocionales que permiten a las personas comprender, interpretar y resignificar su experiencia sexual. Este enfoque ha mostrado beneficios significativos tanto en el ámbito de la función sexual como en las actitudes hacia la intimidad, el cuerpo y el placer.
Estudios cuasi-experimentales y ensayos clínicos aleatorizados (RCTs) han evidenciado que la educación sexual estructurada mejora variables como deseo, excitación, lubricación, satisfacción y disminución del dolor en mujeres con disfunciones sexuales. Estos programas suelen incluir contenidos sobre anatomía genital, fisiología de la respuesta sexual, variabilidad normal del deseo, influencia de factores hormonales, papel del estrés crónico, efectos de medicamentos (como antidepresivos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) y el impacto de las enfermedades crónicas. Estas intervenciones no solo aumentan el conocimiento, sino que generan un cambio en la percepción subjetiva del propio funcionamiento sexual, favoreciendo una actitud más compasiva y realista hacia el cuerpo.
Un mecanismo central que explica la eficacia de la educación sexual es el desarrollo del metaconocimiento sexual, entendido como la capacidad de interpretar las propias respuestas corporales y emocionales de manera no catastrófica. Cuando las personas comprenden que la falta de deseo puede estar influenciada por factores contextuales —fatiga, sobrecarga mental, conflictos relacionales— disminuye la autoatribución negativa (“estoy rota/o”, “algo está mal en mí”) y se reduce la ansiedad anticipatoria. Este efecto es especialmente relevante en mujeres, donde la socialización sexual suele estar cargada de mandatos de desempeño, culpa y vergüenza.
Diversos estudios publicados en repositorios como PubMed Central (PMC) han documentado que los programas de educación sexual reducen significativamente la culpa sexual y los sentimientos de inadecuación, dos variables que mantienen el círculo de evitación sexual y desconexión corporal. Asimismo, se ha observado una mejora en la comunicación sexual dentro de la pareja, ya que las personas adquieren un lenguaje más preciso para expresar necesidades, límites y preferencias. Este cambio comunicacional actúa como mediador entre el conocimiento adquirido y la reactivación del deseo.
En hombres, aunque la literatura es menos abundante que en mujeres, se ha encontrado que la educación sexual orientada al adulto también mejora la percepción de autoeficacia sexual, especialmente en aquellos con comorbilidades como trastornos de ansiedad, eyaculación precoz o disfunción eréctil coexistente. La educación contribuye a desmantelar mitos profundamente arraigados, como la idea de que el deseo debe ser espontáneo y constante o que la virilidad está ligada al rendimiento.
En síntesis, la evidencia disponible respalda el rol de la educación sexual como una intervención terapéutica activa, capaz de modificar no solo el nivel de conocimiento, sino también las actitudes, creencias implícitas y respuestas emocionales frente a la sexualidad. Dentro del Método ERIC, la Educación Sexual constituye la base que prepara el terreno para los posteriores niveles de intervención cognitiva y conductual, reduciendo la ansiedad basal y aumentando la sensación de control y comprensión de la propia experiencia sexual.
La reestructuración cognitiva es uno de los componentes nucleares de la terapia cognitivo-conductual (TCC) y ha acumulado una evidencia sustancial en el tratamiento de las disfunciones sexuales, incluyendo el DSH. Su fundamento teórico se basa en la premisa de que los pensamientos automáticos y las creencias nucleares influyen directamente en las emociones y conductas sexuales, pudiendo bloquear el deseo incluso en ausencia de alteraciones orgánicas significativas.
Meta-análisis recientes han demostrado que las intervenciones basadas en TCC producen mejoras estadísticamente significativas en el deseo sexual, la excitación y la satisfacción sexual. Estas mejoras se explican, en parte, por la modificación de esquemas cognitivos relacionados con la autoimagen corporal, el miedo al rechazo y las expectativas irreales sobre el desempeño sexual. Las cogniciones disfuncionales más frecuentemente identificadas en personas con DSH incluyen pensamientos como: “si no tengo deseo, soy anormal”, “mi pareja se va a cansar de mí” o “debo sentir ganas siempre que mi pareja lo desee”.
La reestructuración cognitiva se orienta a identificar, cuestionar y reemplazar estas creencias por interpretaciones más realistas, flexibles y compasivas. Técnicas como el registro de pensamientos automáticos, el análisis de evidencias a favor y en contra, y los experimentos conductuales son ampliamente utilizadas y respaldadas por la literatura. Productos de investigaciones disponibles en PMC muestran que la reducción de la ansiedad cognitiva reduce la activación del sistema simpático, favoreciendo un estado neurofisiológico más compatible con la excitación y el deseo.
Un aspecto relevante es el papel de la ansiedad de desempeño sexual, que funciona como un potente inhibidor del deseo. Al anticipar el “fracaso” o la decepción de la pareja, la persona entra en un estado de hipervigilancia corporal que interfiere con la respuesta erótica. La reestructuración cognitiva actúa directamente sobre este fenómeno, ayudando a desactivar la narrativa interna de amenaza. Estudios controlados han demostrado que, a medida que disminuye la ansiedad anticipatoria, aumentan los niveles de deseo subjetivo, incluso antes de que se introduzcan intervenciones conductuales.
En mujeres, se ha observado que la reestructuración cognitiva tiene un impacto especialmente significativo en la reducción de la vergüenza sexual internalizada, un constructo que se asocia fuertemente con el DSH femenino. En hombres, la intervención suele enfocarse en la rigidez de los guiones sexuales tradicionales y la asociación entre deseo, erección inmediata y desempeño. La evidencia sugiere que flexibilizar estas creencias disminuye la evitación sexual y mejora la autoeficacia percibida.
En el marco del Método ERIC, la Reestructuración Cognitiva cumple la función de romper el círculo vicioso entre pensamiento–emoción–conducta, facilitando que el individuo se exponga gradualmente a experiencias íntimas sin la carga de autoevaluación constante. La literatura actual respalda su eficacia tanto como intervención independiente como en combinación con estrategias conductuales.
Las intervenciones conductuales representan uno de los pilares históricos de la terapia sexual y cuentan con una extensa tradición empírica. Entre las técnicas más estudiadas se encuentra el sensate focus, desarrollado por William Masters y Virginia Johnson, que ha demostrado ser altamente efectivo para reducir la presión de rendimiento y restaurar la experiencia sensorial del placer. Esta técnica se basa en una exposición gradual y no exigente al contacto corporal, sin metas de excitación o penetración.
Numerosos estudios han demostrado que las intervenciones conductuales disminuyen la ansiedad asociada al encuentro sexual al desplazar el foco del “desempeño” hacia la experiencia sensorial. En personas con DSH, este cambio es fundamental, ya que el deseo suele estar bloqueado por asociaciones negativas previas con el encuentro sexual. Las tareas de focalización sensorial generan nuevas asociaciones neuropsicológicas entre contacto, seguridad y placer.
La programación de encuentros íntimos no orientados al coito ha mostrado ser otra estrategia eficaz. Aunque puede parecer contraintuitivo programar la intimidad, la evidencia indica que este procedimiento reduce la ambigüedad y la evitación, permitiendo que la mente se prepare para un contexto de intimidad sin la presión de cumplir con expectativas implícitas. Estudios en modalidades presenciales y online han demostrado que la estructuración conductual mejora tanto la frecuencia como la calidad de la actividad sexual.
Las tareas de autoexploración corporal, incluyendo el uso de fantasía dirigida y ejercicios de conciencia corporal, han mostrado efectos positivos en la reactivación del deseo. En mujeres, estas técnicas se asocian con una mayor conciencia de las zonas erógenas y una reducción de la disociación corporal. En hombres, favorecen una reconexión con la experiencia sensorial más allá del rendimiento eréctil.
La evidencia reciente también respalda el uso de modalidades grupales y plataformas online basadas en intervenciones conductuales. Ensayos clínicos han demostrado que los programas digitales que incluyen tareas estructuradas, seguimiento y psicoeducación logran mejoras significativas en deseo y satisfacción sexual, comparables a las intervenciones presenciales. Esto amplía el acceso terapéutico y disminuye la barrera de la vergüenza o el estigma.
Dentro del Método ERIC, las Intervenciones Conductuales funcionan como el espacio donde el aprendizaje cognitivo y educativo se convierte en experiencia vivida. Al proporcionar experiencias correctivas, el organismo aprende que la intimidad puede ser segura, placentera y libre de demandas. La consistencia de la evidencia empírica respalda su inclusión como componente esencial en los modelos modernos de tratamiento del DSH.
Propuesta Práctica: Método ERIC — Estructura y Fases
El Método ERIC es modular, adaptable a pacientes individuales y parejas, y diseñado para 8–12 sesiones (puede adaptarse a formato grupal o teleterapia). A continuación se propone un protocolo estructurado.
Fase 0: Evaluación inicial (1–2 sesiones)
Historia sexual, médica y de pareja. Uso de instrumentos validados (p. ej., FSFI para mujeres, instrumentos adaptados para hombres, escalas de angustia sexual).
Identificación de factores biológicos que requieran derivación (hormonas, fármacos).
Establecimiento de objetivos terapéuticos compartidos.
La fase de evaluación inicial constituye el pilar diagnóstico y de planificación terapéutica del Método ERIC. Su objetivo central es obtener una comprensión integral de la experiencia sexual del paciente, así como de los factores médicos, psicológicos y relacionales que pueden estar contribuyendo al DSH. Durante esta etapa se realiza una historia sexual detallada que incluye el desarrollo psicosexual, experiencias previas de placer o disfunción, actitudes hacia la sexualidad, presencia de eventos traumáticos y calidad del vínculo de pareja. De forma complementaria, se explora la historia médica general, el uso actual de fármacos, la presencia de enfermedades crónicas y los cambios hormonales relevantes.
El uso de instrumentos validados forma parte esencial de esta fase. En mujeres se recomienda la aplicación de escalas como el Female Sexual Function Index (FSFI), mientras que en hombres se emplean instrumentos adaptados que evalúan deseo, satisfacción y malestar sexual. Asimismo, se incorporan escalas de angustia sexual que permiten diferenciar entre un bajo deseo no problemático y un cuadro clínicamente significativo. Esta evaluación estandarizada no solo mejora la precisión diagnóstica, sino que permite establecer una línea de base cuantificable para el seguimiento de los progresos terapéuticos.
Un componente crítico de esta fase es la identificación de factores biológicos que requieran derivación o intervención médica. Alteraciones hormonales, efectos secundarios de antidepresivos u otros psicofármacos, patología tiroidea o condiciones ginecológicas y urológicas deben ser consideradas cuidadosamente. La coordinación con profesionales de la salud (ginecología, urología, endocrinología o psiquiatría) se plantea como una práctica recomendada, favoreciendo un abordaje interdisciplinario. Finalmente, se establecen objetivos terapéuticos compartidos, asegurando que el paciente –y la pareja, cuando corresponde– participe activamente en la definición de metas realistas, específicas y medibles.
Fase 1: Educación Sexual (E) (1–2 sesiones)
Material psicoeducativo personalizado sobre anatomía, respuesta sexual y mitos.
Información sobre factores que afectan el deseo (sueño, estrés, medicación).
Normalización y reducción de vergüenza.
Objetivo clínico: aumentar conocimientos y disminuir interpretaciones erróneas que mantienen el problema.
La fase de Educación Sexual tiene como propósito principal proporcionar información precisa, actualizada y adaptada al perfil del paciente, con el fin de reducir la incertidumbre, desmontar mitos y promover una visión realista y positiva de la sexualidad. Esta etapa incluye la entrega de material psicoeducativo personalizado que aborda la anatomía sexual, la fisiología de la respuesta sexual humana y la comprensión de la variabilidad normal del deseo. La información se presenta de manera progresiva, respetuosa y culturalmente sensible, evitando enfoques normativos o patologizantes.
Asimismo, se enfatiza el efecto de distintos factores cotidianos sobre el deseo sexual, tales como la calidad del sueño, los niveles de estrés, la fatiga, la carga mental y los efectos de medicamentos. El abordaje de estos elementos permite que el paciente comprenda que el deseo sexual no es un fenómeno aislado, sino altamente dependiente del contexto biopsicosocial. La normalización de las experiencias se convierte en un eje central de esta fase, contribuyendo a la reducción de sentimientos de vergüenza, culpa y autoestigmatización.
Desde una perspectiva clínica, el objetivo de esta fase es aumentar el nivel de alfabetización sexual y disminuir las interpretaciones erróneas que perpetúan el problema. Evidencia disponible en repositorios como PubMed Central (PMC) respalda que los programas de educación sexual terapéutica mejoran la actitud hacia la sexualidad y reducen la ansiedad asociada a la intimidad. Esta base de conocimiento prepara al paciente para las siguientes fases del tratamiento, fortaleciendo la alianza terapéutica y promoviendo una actitud más activa y participativa en el proceso de cambio.
Fase 2: Reestructuración Cognitiva (R) (2–3 sesiones)
Identificación de pensamientos automáticos y creencias nucleares relacionados con la sexualidad.
Técnicas: registro de pensamientos, reattribution, experimentos conductuales, tareas de revaluación.
Integración de mindfulness cognitivo cuando la rumiación o la ansiedad sean prominentes.
Objetivo clínico: modificar cogniciones que generan evitación y ansiedad de desempeño.
La fase de Reestructuración Cognitiva se orienta a identificar y modificar los patrones de pensamiento disfuncionales que interfieren con la experiencia del deseo sexual. El terapeuta guía al paciente en el reconocimiento de pensamientos automáticos y creencias nucleares relacionadas con la autoimagen, el desempeño sexual y el temor al rechazo. Estos esquemas cognitivos suelen manifestarse en forma de anticipaciones negativas (“voy a fallar”, “no voy a sentir nada”, “mi pareja se decepcionará”), que activan respuestas emocionales inhibidoras de la respuesta erótica.
Se emplean técnicas clásicas de la terapia cognitivo-conductual, tales como el registro de pensamientos, la reevaluación de evidencias, la técnica de reatribución y la generación de interpretaciones alternativas más realistas. Los experimentos conductuales cumplen un rol central al permitir que el paciente contraste activamente sus creencias con la experiencia. Estos procedimientos cuentan con amplio respaldo empírico, como lo demuestran múltiples estudios publicados en PMC sobre la eficacia de la TCC en disfunciones sexuales.
Cuando la rumiación, la hipervigilancia corporal o la ansiedad generalizada son prominentes, se integra el mindfulness cognitivo como herramienta complementaria. Esta práctica favorece la observación no reactiva de pensamientos y sensaciones, reduciendo la tendencia a la evitación experiencial. El objetivo clínico de esta fase es modificar las cogniciones que generan evitación y ansiedad de desempeño, generando un contexto interno más seguro y flexible que facilite la emergencia del deseo sexual.
Fase 3: Intervenciones Conductuales (IC) (3–4 sesiones)
Introducción progresiva de ejercicios sensoriales (sensate focus) y tareas de contacto no sexual; posteriormente, ejercicios con intención erótica leve.
Programación de encuentros (sin presión de “rendimiento”), práctica de autoexploración y entrenamiento en comunicación sexual de pareja.
Uso de “homework” estructurado y observación de resultados para retroalimentación cognitiva.
La fase de Intervenciones Conductuales constituye el núcleo experiencial del Método ERIC. En esta etapa se introducen de manera progresiva ejercicios sensoriales inspirados en el modelo de sensate focus, así como tareas de contacto no sexual que buscan reinstaurar la vivencia de intimidad sin presión de rendimiento. El contacto corporal se orienta inicialmente hacia la exploración de sensaciones neutras o agradables, sin expectativas de excitación o respuesta erótica, para luego avanzar hacia ejercicios con una intención erótica leve.
Un componente relevante es la programación de encuentros íntimos libres de exigencias de desempeño. Esta estrategia, respaldada por literatura disponible en Wiley Online Library, ha demostrado ser eficaz para disminuir la evitación y favorecer una aproximación gradual a la intimidad. Paralelamente, se entrenan habilidades de comunicación sexual en la pareja, promoviendo la expresión abierta de deseos, límites y preferencias.
La autoexploración corporal se utiliza como herramienta para aumentar la conciencia sensorial y fortalecer la conexión con el propio cuerpo. El uso de tareas estructuradas o “homework” entre sesiones es esencial para consolidar los aprendizajes. El paciente registra las experiencias, emociones y pensamientos asociados, los cuales son revisados en sesión como parte de un proceso de retroalimentación cognitiva. Esta interacción constante entre conducta y cognición facilita la consolidación de nuevos patrones de respuesta sexual basados en la seguridad, el placer y la autoeficacia.
Fase 4: Consolidación y seguimiento (1–2 sesiones)
Revisión de logros, estrategias de mantenimiento, plan de recaída y derivación si hay factores médicos persistentes.
La fase de consolidación y seguimiento tiene como finalidad asegurar la estabilidad de los cambios alcanzados y prevenir recaídas. En esta etapa se realiza una revisión sistemática de los logros terapéuticos, destacando los recursos desarrollados por el paciente y la pareja. Se refuerzan las estrategias de afrontamiento que han demostrado ser eficaces, promoviendo su integración en la vida cotidiana.
Se elabora de manera conjunta un plan de prevención de recaídas, identificando señales tempranas de retroceso, factores de riesgo y estrategias de intervención temprana. Este plan incluye la normalización de las fluctuaciones del deseo a lo largo del ciclo vital, evitando interpretaciones catastrofistas ante variaciones normales de la libido.
Finalmente, se valora la necesidad de derivación o seguimiento médico cuando persisten factores biológicos relevantes. La fase de seguimiento no implica una finalización abrupta del proceso, sino una transición hacia una mayor autonomía del paciente, consolidando los aprendizajes como habilidades estables de autorregulación sexual y emocional.
Mecanismos Teóricos Integradores
El mecanismo “conocimiento → seguridad corporal” se fundamenta en la premisa de que la incertidumbre respecto al propio funcionamiento sexual constituye un factor central en la génesis y mantenimiento del malestar sexual. La educación sexual estructurada permite a las personas comprender la variabilidad normal de la respuesta sexual, despatologizar la experiencia subjetiva y reducir interpretaciones erróneas de las sensaciones corporales. Cuando los individuos adquieren información precisa sobre su anatomía, fisiología y ciclos de respuesta sexual, se incrementa la percepción de control y disminuye la tendencia a interpretar las fluctuaciones del deseo como indicadores de disfunción o fracaso personal.
Desde una perspectiva cognitivo-afectiva, el conocimiento actúa como un modulador de la activación del sistema de amenaza. La incertidumbre activa procesos de hipervigilancia interoceptiva, en los que las personas monitorean de manera excesiva sus respuestas corporales anticipando fallas o anomalías. La educación sexual interrumpe este circuito al proporcionar marcos explicativos alternativos que normalizan la experiencia. Este proceso favorece la seguridad corporal, entendida como la capacidad de habitar el propio cuerpo sin temor constante a la falla o al juicio negativo, condición necesaria para el surgimiento espontáneo del deseo.
Además, la seguridad corporal derivada del conocimiento no se limita al plano individual, sino que se extiende al contexto relacional. Las personas educadas en sexualidad tienden a comunicar con mayor claridad sus sensaciones, límites y preferencias, reduciendo los malentendidos con la pareja. Este efecto sistémico fortalece la percepción de seguridad en el vínculo íntimo, disminuyendo la evitación del contacto y permitiendo que el cuerpo sea experimentado como una fuente confiable de placer más que como un lugar de vigilancia o amenaza.
El mecanismo “pensamiento → emoción” se sustenta en los modelos cognitivos que postulan que la interpretación de la experiencia precede y determina la respuesta emocional. En el contexto del deseo sexual hipoactivo, los pensamientos automáticos disfuncionales —como la anticipación del fracaso, el miedo al rechazo o la creencia de inadecuación— generan respuestas emocionales de ansiedad, vergüenza y culpa. La reestructuración cognitiva interviene sobre este eslabón del proceso, modificando las interpretaciones catastróficas que activan emociones inhibidoras de la respuesta erótica.
La reducción de la ansiedad anticipatoria constituye uno de los mecanismos centrales de cambio. La anticipación negativa activa el sistema nervioso simpático, orientado a la defensa y la evitación, lo que neurofisiológicamente resulta incompatible con los estados de relajación y apertura requeridos para la excitación y el deseo. Al cuestionar y reformular pensamientos automáticos, la reestructuración cognitiva disminuye esta activación de amenaza, promoviendo un estado emocional más seguro y receptivo que facilita la emergencia de respuestas eróticas.
Un aspecto particularmente relevante es la transformación de la relación del individuo con sus propias emociones. La intervención cognitiva no solo reduce la intensidad de la ansiedad, sino que también promueve una actitud de observación y aceptación hacia las emociones emergentes. Esta modificación en el vínculo con la experiencia emocional disminuye la evitación experiencial y permite que las sensaciones eróticas se desarrollen sin ser inmediatamente interrumpidas por miedo, vergüenza o autoevaluación crítica. De esta manera, el cambio en el pensamiento se traduce en un entorno emocional interno más propicio para el deseo.
El mecanismo “conducta → aprendizaje” se basa en los principios del condicionamiento y del aprendizaje experiencial, según los cuales la conducta precede y moldea la reorganización de los sistemas de respuesta. En el tratamiento del DSH, las tareas conductuales —como el sensate focus y los ejercicios de contacto no demandante— permiten que las personas vivan experiencias directas de placer y seguridad que contradicen las expectativas negativas previamente consolidadas. Este tipo de experiencia correctiva constituye un eje central en la modificación de asociaciones automáticas entre sexualidad, ansiedad y fracaso.
Las intervenciones conductuales generan nuevos aprendizajes a través de la exposición gradual a la intimidad en condiciones de baja demanda. A diferencia de las exposiciones tradicionales orientadas al afrontamiento del miedo, estas tareas se centran en el redescubrimiento sensorial y en la construcción de experiencias positivas. El contacto corporal sin objetivos de rendimiento reduce la presión de desempeño y permite que el sistema nervioso asocie nuevamente la cercanía física con estados de calma y bienestar, en lugar de activación defensiva.
Finalmente, el aprendizaje derivado de la conducta no es únicamente individual, sino también relacional. En el contexto de la terapia de pareja, las tareas conductuales fortalecen la sintonía emocional, la confianza y la cooperación, elementos que actúan como reforzadores naturales del deseo. La repetición de estas experiencias genera una reconfiguración progresiva de los circuitos de recompensa y apego, consolidando nuevas asociaciones entre intimidad, seguridad y placer. Este proceso transforma la evitación en aproximación, y la ansiedad en curiosidad, facilitando una reactivación sostenida del deseo sexual.
Los hallazgos indican que cada componente del Método ERIC posee evidencia empírica independiente. Sin embargo, su integración ofrece un marco más robusto al abordar simultáneamente los niveles cognitivo, conductual y educativo del DSH. La educación prepara el terreno para el cambio cognitivo, mientras que las intervenciones conductuales consolidan los aprendizajes mediante experiencias correctivas.
Evidencia Esperada y Métricas de Evaluación
Resultados esperables: incremento en puntuaciones de deseo en escalas validadas (p. ej., subescala deseo del FSFI), reducción de malestar sexual, mejora en satisfacción de pareja y frecuencia de encuentros satisfactorios. Estudios previos muestran efectos significativos de CBT y de intervenciones educativas sobre la función sexual; por ejemplo, meta-análisis recientes reportan mejoras en deseo tras intervenciones CBT y RCTs de educación sexual muestran aumentos en puntuaciones de función sexual.
Limitaciones y Consideraciones
Heterogeneidad diagnóstica y diferencias culturales requieren adaptar contenidos.
Comorbilidades médicas o farmacológicas pueden limitar respuesta y requieren manejo conjunto con médicos.
Necesaria investigación controlada (RCTs) que compare ERIC frente a monoterapias y a lista de espera, con subanálisis por género, edad y tipo de pareja.
Conclusión
El Método ERIC propone una intervención integrada, breve y basada en evidencia para el DSH que une educación sexual, reestructuración cognitiva e intervenciones conductuales. Esta combinación capitaliza fortalezas complementarias: la educación facilita la comprensión, la reestructuración modifica las barreras cognitivas, y las técnicas conductuales ofrecen la práctica correctiva necesaria. Se recomienda ensayos clínicos controlados que evalúen eficacia, eficacia comparada y mecanismos de cambio.
Referencias
Kaviani, M., et al. (2014). The Effect of Education on Sexual Health of Women with Hypoactive Sexual Desire.Journal of Research in Medical Sciences. https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC4201195/. PMC
Meyers, M., & al. (2020). Psychological Treatment of Low Sexual Desire in Women. Journal of Clinical Medicine. https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC7556380/. PMC
Pettigrew, J. A. (2021). An Overview of Hypoactive Sexual Desire Disorder. [Review]. PubMed Central. https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC8673442/. PMC
Sharifipour, F., et al. (2024). Impact of Cognitive Behavior Therapy on Sexual Function: Meta-analysis. PubMed Central. https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC11323872/. PMC
Worsley, R. et al. (2017). Prevalence and Predictors of Low Sexual Desire in Women: A Population Study.[Journal]. https://doi.org/10.1016/j.srhc.2017.10.004. (Informe de prevalencia: low desire 69.3%; HSDD 32.2% en la muestra analizada). ScienceDirect
Masters, W. H., & Johnson, V. E. (clásica). Sensate Focus and the Behavioral Approach to Sex Therapy. En J. L. et al., Handbook of Sex Therapy (capítulo). (Discusión moderna y actualización en capítulo de Wiley sobre sensate focus). Wiley Online Library
European/International guidelines: Low sexual desire and male hypoactive sexual desire disorder. Urology/ICSM guidelines. https://uroweb.org/guidelines/sexual-and-reproductive-health/chapter/low-sexual-desire-and-male-hypoactive-sexual-desire-disorder